martes, 16 de septiembre de 2014

El alma de las palabras

Agustín Laguna


Entrar en la abadía cisterciense de Viaceli, en Cóbreces (Alfoz de Lloredo), significa ingresar en un reino de silencio, oración, trabajo y sabiduría

Una estantería acristalada, en el pequeño recibidor de entrada al monasterio, muestra un rótulo de papel con la palabra ‘recuerdos’, pero en realidad sólo contiene libros, como queriendo dar a entender que los únicos ‘souvenir’ físicos posibles son los textos literarios, místicos o de arte. Abundan las firmas femeninas medievales, como Gertrudis de Helfta y Matilde de Hackenborn, y otras más cercanas en el tiempo, como Pilar Avellaneda, con ‘El tesoro escondido de la palabra’.


Una escalera trapezoidal da paso a los blancos pasillos del claustro, a la nave de la iglesia, a la sala capitular —ahora convertida en capilla—, al refectorio y a la biblioteca, instalada en el último piso.
Son espacios que buscan autenticidad, sin alardes arquitectónicos ni artísticos, iluminados por ojivas neogóticas, construidos «con la sabiduría de Bernardo de Claraval y la discreción de Benito de Nursia», describe una elegante metáfora del libro ‘Una abadía cisterciense en Cantabria’, en referencia a los impulsores de la orden en los siglos V y XII .
La abadía fue inaugurada en 1909, con las líneas características del arte cisterciense, pero arquitectónicamente vanguardista, ya que fue el primer edificio construido en hormigón armado en España y el último diseñado con planta medieval. Solamente la estructura costó entonces 1.000.013 pesetas.

La biblioteca
Francisco Pascual espera en el contraluz, con la túnica blanca y el escapulario negro. Es uno de los monjes que tienen a su cuidado la inmensa y valiosa biblioteca de la abadía. Añade a su firma el acrónimo ‘ocso’ (Ordo Cisterciensis Strictioris Observantiae). Su misión es estudiar, escribir y catalogar los nuevos fondos que llegan y los específicos del patrimonio literario y arquitectónico monástico. Dirige la revista de historia, arte y espiritualidad ‘Cistercium’, fundada en 1949 y distribuida en 23 países.

Él es el cicerón, y antes de iniciar el recorrido, le pregunto si puedo dejar sobre la mesa los libros que me acaba de regalar como bienvenida,  pero niega con la cabeza y solícito se apresura a recogerlos, al tiempo que advierte: «Aquí puedes dejar olvidado un billete de 50 euros o un anillo de oro, y si vuelves dentro de tres meses lo encontrarás en el mismo lugar; sin embargo, si se trata de un libro, el primero que pase se lo llevará».
La abadía tiene gran interés por estar conectada con la actualidad de su entorno cultural y social. La hemeroteca recibe 65 publicaciones en seis idiomas, y supone la antesala de un tesoro que alberga más de 50.000 volúmenes datados a partir del siglo XV.

Las bibliotecas de Asurbanipal, Alejandría o Constantinopla quizá compartieron esta misma mezcla de silencio denso y luz antigua, filtrada a través de los visillos de marfil

En la biblioteca no hay olor a madera centenaria ni a papeles amarillentos; sólo el impacto visual de los miles de volúmenes ordenados hasta los ángulos distantes del techo. Las bibliotecas de Asurbanipal, Alejandría o Constantinopla quizá compartieron esta misma mezcla de silencio denso y luz antigua, filtrada a través de los visillos de marfil.

Dos salas gigantes guardan ejemplares excepcionales, como los ‘Medioevo Latino’, la biblia ‘Polyglotta Matritensia’, la biblioteca BAC (Biblioteca de Autores Cristianos), la ‘Patrología Latina’ (primeros textos latinos) hasta el siglo XII, y la ‘Patrología Griega’, hasta el mismo periodo; también la biblioteca de la Universidad Pontifica de Comillas contó con estas colecciones. En una esquina un enorme libro ‘kyrial’ del siglo XV vigila la estancia muda, con sus pautas gregorianas escritas sobre pergamino de buey, guardando kiries, glorias y credos.
El monje se detiene junto a una de las escaleras que ascienden hasta los estantes superiores para explicar que se trata de una «biblioteca de Humanidades, muy bien dotada en los temas de historia, literatura, filosofía, psicología y teología, junto con las obras relacionadas con las Sagradas Escrituras.


Ante mi inevitable pregunta metafísica confirma que «sí», que las palabras tienen alma, porque ellas «guardan para siempre el alma de quienes las escribe».

Vida en la abadía
Se levantan a las 4.30, «para abandonar las tinieblas y vestirse con las armas de la luz». Luego las horas siguen disciplinadas. Se reúnen seis veces para orar, cantar los laudes o las completas, para el trabajo manual y el estudio, entre las ‘nonas’ y las ‘vísperas’, porque aquí no se ha abandonado el cómputo romano del tiempo.

Confirma que «sí», que las palabras tienen alma, porque ellas «guardan para siempre el alma de quienes las escribe»

Muchos visitantes reaccionan con miedo al visitar la abadía, «desconfían y sienten inseguridad», explica el monje. Algunos piensan que somos «un grupo de homosexuales que viven holgadamente, subvencionados por el Estado, y ajenos al mundo».


Pero la realidad es muy distinta… Pagan sus impuestos y no reciben ayudas institucionales. Su norma es vivir de su trabajo, por ello la abadía es autosuficiente económicamente, gracias a la producción de quesos de Trapa semicurados naturalmente en sus bodegas, a la hospedería mixta, a las vacas estabuladas y a la huerta que ellos mismos cultivan.

Algunos piensan que somos «un grupo de homosexuales que viven holgadamente, subvencionados por el Estado, y ajenos al mundo»

«No hay respeto por las instituciones, ni por cumplir las leyes; si no gustan se cambian, pero no se infringen».
Pensar en el modelo anglosajón, sin discusiones sobre política o religión, y con un sólido respeto a las ideologías personales, como aquel ejemplo en el hotel Marriott, en Búfalo (NY), donde pasaron inadvertidos 50 hombres disfrazados de lagartija que habían acudido a una reunión de apoyo al saurio.

Cada vez menos
La abadía contaba con 84 monjes en 1969, que se han reducido a 21 en la actualidad, con una media de 69 años, para cuidar 3.850 metros cuadrados de extensión, la fábrica de quesos, la hospedería monástica y huerta.
Sus jornadas de vida pasan equilibradas entre la oración, el trabajo y el estudio.

Publicado en EL MUNDO CANTABRIA

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