Agustín Laguna
Entrar en la abadía cisterciense de
Viaceli, en Cóbreces (Alfoz de Lloredo), significa ingresar en un reino de
silencio, oración, trabajo y sabiduría
Una estantería acristalada, en el pequeño
recibidor de entrada al monasterio, muestra un rótulo de papel con la palabra ‘recuerdos’,
pero en realidad sólo contiene libros, como queriendo dar a entender que los
únicos ‘souvenir’ físicos posibles son los
textos literarios, místicos o de arte. Abundan las firmas femeninas medievales,
como Gertrudis de Helfta y Matilde de Hackenborn, y otras más cercanas en el
tiempo, como Pilar Avellaneda, con ‘El tesoro escondido de la palabra’.
Una escalera trapezoidal da paso a los
blancos pasillos del claustro, a la nave de la iglesia, a la sala capitular —ahora
convertida en capilla—, al refectorio y a la biblioteca, instalada en el último
piso.
Son espacios que buscan autenticidad, sin alardes arquitectónicos ni
artísticos, iluminados por ojivas neogóticas, construidos «con la sabiduría de
Bernardo de Claraval y la discreción de Benito de Nursia», describe una
elegante metáfora del libro ‘Una abadía cisterciense en Cantabria’, en
referencia a los impulsores de la orden en los siglos V y XII .
La abadía fue inaugurada en 1909, con
las líneas características del arte cisterciense, pero arquitectónicamente
vanguardista, ya que fue el primer edificio construido en hormigón armado en
España y el último diseñado con planta medieval. Solamente la estructura costó
entonces 1.000.013 pesetas.
La biblioteca
Francisco Pascual espera en el
contraluz, con la túnica blanca y el escapulario negro. Es uno de los monjes que
tienen a su cuidado la inmensa y valiosa biblioteca de la abadía. Añade a su firma
el acrónimo ‘ocso’ (Ordo Cisterciensis Strictioris Observantiae). Su misión es estudiar, escribir y catalogar
los nuevos fondos que llegan y los específicos del patrimonio literario y
arquitectónico monástico. Dirige la revista de historia, arte y espiritualidad
‘Cistercium’, fundada en 1949 y distribuida en 23 países.
Él es el cicerón, y antes de
iniciar el recorrido, le pregunto si puedo dejar sobre la mesa los libros que
me acaba de regalar como bienvenida, pero
niega con la cabeza y solícito se apresura a recogerlos, al tiempo que
advierte: «Aquí puedes dejar olvidado un billete de 50 euros o un anillo de
oro, y si vuelves dentro de tres meses lo encontrarás en el mismo lugar; sin
embargo, si se trata de un libro, el primero que pase se lo llevará».
La abadía tiene gran interés por estar
conectada con la actualidad de su entorno cultural y social. La hemeroteca
recibe 65 publicaciones en seis idiomas, y supone la antesala de un tesoro que
alberga más de 50.000 volúmenes datados a partir del siglo XV.
Las bibliotecas de Asurbanipal, Alejandría o Constantinopla quizá compartieron esta misma mezcla de silencio denso y luz antigua, filtrada a través de los visillos de marfil
En la biblioteca no hay olor a madera
centenaria ni a papeles amarillentos; sólo el impacto visual de los miles de
volúmenes ordenados hasta los ángulos distantes del techo. Las bibliotecas de
Asurbanipal, Alejandría o Constantinopla quizá compartieron esta misma mezcla
de silencio denso y luz antigua, filtrada a través de los visillos de marfil.
Dos salas gigantes guardan ejemplares
excepcionales, como los ‘Medioevo Latino’, la biblia ‘Polyglotta Matritensia’,
la biblioteca BAC (Biblioteca de Autores Cristianos), la ‘Patrología Latina’ (primeros textos latinos)
hasta el siglo XII, y la ‘Patrología Griega’, hasta el mismo periodo; también la
biblioteca de la Universidad Pontifica de Comillas contó con estas colecciones.
En una esquina un enorme libro ‘kyrial’ del siglo XV vigila la estancia muda,
con sus pautas gregorianas escritas sobre pergamino de buey, guardando kiries,
glorias y credos.
El monje se detiene junto a una de las
escaleras que ascienden hasta los estantes superiores para explicar que se
trata de una «biblioteca de Humanidades, muy bien dotada en los temas de
historia, literatura, filosofía, psicología y teología, junto con las obras
relacionadas con las Sagradas Escrituras.
Ante mi inevitable pregunta metafísica
confirma que «sí», que las palabras tienen alma, porque ellas «guardan para
siempre el alma de quienes las escribe».
Vida en la abadía
Se levantan a las 4.30, «para abandonar
las tinieblas y vestirse con las armas de la luz». Luego las horas siguen
disciplinadas. Se reúnen seis veces para orar, cantar los laudes o las
completas, para el trabajo manual y el estudio, entre las ‘nonas’ y las ‘vísperas’,
porque aquí no se ha abandonado el cómputo romano del tiempo.
Confirma que «sí», que las palabras tienen alma, porque ellas «guardan para siempre el alma de quienes las escribe»
Muchos visitantes reaccionan con miedo
al visitar la abadía, «desconfían y sienten inseguridad», explica el monje.
Algunos piensan que somos «un grupo de homosexuales que viven holgadamente,
subvencionados por el Estado, y ajenos al mundo».
Pero la realidad es muy distinta… Pagan
sus impuestos y no reciben ayudas institucionales. Su norma es vivir de su
trabajo, por ello la abadía es autosuficiente económicamente, gracias a la
producción de quesos de Trapa semicurados naturalmente en sus bodegas, a la
hospedería mixta, a las vacas estabuladas y a la huerta que ellos mismos
cultivan.
Algunos piensan que somos «un grupo de homosexuales que viven holgadamente, subvencionados por el Estado, y ajenos al mundo»
«No hay respeto por las instituciones, ni
por cumplir las leyes; si no gustan se cambian, pero no se infringen».
Pensar en el modelo anglosajón, sin
discusiones sobre política o religión, y con un sólido respeto a las ideologías
personales, como aquel ejemplo en el hotel Marriott, en Búfalo (NY), donde pasaron inadvertidos 50 hombres disfrazados de lagartija que habían acudido a una reunión de apoyo al saurio.
Cada vez menos
La abadía contaba con 84 monjes en 1969,
que se han reducido a 21 en la actualidad, con una media de 69 años, para
cuidar 3.850 metros cuadrados de extensión, la fábrica de quesos, la hospedería
monástica y huerta.
Sus jornadas de vida pasan equilibradas entre la oración,
el trabajo y el estudio.Publicado en EL MUNDO CANTABRIA
No hay comentarios:
Publicar un comentario