El poeta Miguel
Ibáñez presentó en San Vicente de la Barquera su nuevo libro, con el que obtuvo
el premio Alegría 2014
AGUSTÍN LAGUNA
AGUSTÍN LAGUNA
Ibáñez
dedica en este libro su primer verso al recuerdo, y dicta desde allí el punto
de partida de un itinerario para las distancias. Lo que pasó y no pasó, lo que
pudo suceder, lo que hubiera querido que ocurriera: «También la lejanía puede
ser un lugar…».
Carlos
Toro, en el obituario del fotógrafo Agustín Vega, escribía hace pocos días en
el diario EL MUNDO: «la nostalgia «no es un error, sino un placer». En ‘Mañanas
de luz para cristales’ el poeta de Puente Viesgo construye un homenaje a los
tiempos pasados, sin ocultar su génesis biográfica, en la que se recrea.
Son
trazos de la vida y sus imágenes, vivencias de niñez, indagaciones del paso a
la edad madura, que concluyen con una reflexión: «Un brillo de cristales salinos
anuncia la belleza estéril del recuerdo».
Sin
embargo, su gran aportación consiste en el hallazgo de nuevas fuentes de
inspiración, en esa trasmutación de lo ‘feo’ a través de los versos, que
consigue, de forma ejemplar, en ‘Atardecer en la orilla del río’, de cuyo
contenido hereda su título la obra. Quizá el mejor poema de este libro de
tiempos pasados y ensoñaciones, por lo que de redención reúne y promete: «El
río va dejando / en la maleza sucia de su orilla / la luz que ya no va a volver
a usar. / Allí quedan los restos / de la iluminación del mediodía, los despojos
disueltos del fulgor / que desde las alturas descendió /hasta la superficie de
las aguas. / Esos trozos de luz / brillan entre las bolsas de basura / como
cristales rotos».
Ibáñez
hace crecer su libro con el empirismo de los viejos botánicos, con la atenta
observación del lenguaje del bosque, que parece vigilar desde la cofa del
barco, cuando los eucaliptos «escuálidos y unánimes se dejan vencer por los
vendavales. Hay nostalgia de mar ―como un incierto deseo de infinito―».
‘Las
brañas’, a finales de agosto, o ‘El río’, en las tardes de junio ―un poema homónimo
del film de Claude Renoir―, representan un reencuentro con la primera juventud.
Paisajes ásperos y parduzcos, de laderas altas y caballos que pastan, recuerdos
que llevas siempre contigo, «y aunque apenas aciertes a evocarlos, algo más
decisivo te acompaña…».
‘Mañanas
de luz para cristales rotos’ es un conjunto de lugares que generan luz, la
reflejan, la filtran o la dejan pasar limpia. El tiempo de pasados que contiene
se ilumina con esos resplandores que apenas reproducen las imágenes, pero que
te las hacen sentir renovadas, porque como describe en el primer poema «la
lejanía es un vuelo de pájaros, un reflejo que hiere la calma de los charcos…».
Presentado en
Encuentros Literarios
Miguel
Ibáñez acudió a San Vicente con Luis Salcines, uno de los miembros del jurado
que eligieron su libro entre las 343 obras presentadas al Premio Alegría 2014.
El
espacio Encuentros Literarios, creado por Salcines, fue el ámbito para
presentar esta obra por primera vez, en un lugar donde Ibáñez fue profesor de
Literatura.
El
poeta subrayó el orgullo de publicar su obra en Adónais, «la editorial de
poesía más antigua de España».
Publicado por EL MUNDO (2/11/2014)
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