sábado, 7 de septiembre de 2013

Lo que vivimos / Angelina Lamelas



‘Lo que vivimos’ de Angelina Lamelas
AGUSTÍN LAGUNA

`Lo que vivimos’ es una recopilación de artículos escritos entre 1963 y 2010 en El Diario Montañés, diario YA, y Chesterton, entre otros.

Yo quiero comentar la primera parte del libro, donde la autora pone de manifiesto su vocación poética y su entusiasmo por la vida.

Lamelas fue, en los años 60, la precursora de un periodismo más moderno, que no se limitaba a contar una historia, y a que el lector la pudiera visualizar en su imaginación; ella quería que tú estuvieras allí, dentro de la historia, y que sintieras las emociones, no sólo como espectador, sino como el verdadero protagonista.

Ella fue un ejemplo valiente de no tener miedo a contar los interiores del alma. Su literatura fluye suave y dulce, sosegada, con esa fuerza de saber describir la intensidad del sentimiento.

Con menos de 30 años ya dominaba el lenguaje como un clásico de las letras españolas. Pero huye de las palabras grandes, de los temas con tradición de importancia. Ella hubiera podido envolverse de vanidad y trepar por la fácil fama de lo convencional. Pero eligió detenerse en las pequeñas historias familiares, en lo cotidiano, en la intimidad de la emoción.
 
 

Imposible comprender un libro sin saber de su época. ‘Lo que vivimos’ convivió con el mayo que ardía en París y con las bombas napalm que quemaban Vietnam. Fue el tiempo de la contracultura, de la guerra fría, de la construcción del muro de Berlín, del asesinato del Che y de los hermanos Kennedy, pero también fue el tiempo del ‘I have a dream’ de Marter Luther King, y de las enseñanza de Teresa de Calcuta, cuando escribió «He descubierto que si amas hasta que duela, no habrá más dolor, sólo más amor».

En España se consolidaba el desarrollismo y la clase media. Lamelas optó por esta mayoría emergente, y eligió contar y compartir sus anhelos. Este fue su compromiso social: cantar la esperanza, crear ilusiones y comprender los dolores. Así, nos habla de la cara pálida del opositor, de los sueños de los novios, del seminarista revoltoso o del emigrante que regresa a Cantabria en tren.
 
 

A Lamelas le debemos el ser una de las nuevas precursoras del artículo periodista literario, frente al habitual género de crítica ácida de los columnistas, que entonces, y mucho más ahora, ha desembocado en el actual periodismo del desencanto.

Nuestra escritora cántabra considera, que si juzgas a las personas no tienes tiempo de amarlas. Y así, en este nuevo libro, editado por Palabra, Lamelas se erigió una isla de comprensión y esperanza, para todas aquellas gentes que se abrían paso en la vida, en los años 60, para los paisajes que habitaron y para los sueños que respiraron.

En ‘El Contrato’, publicado en el diario YA en 1964, nos recuerda cuando los cántabros fueron emigrantes en Alemania. En este artículo exhibe esa cualidad de poder volar invisible sobre la escena. Fue algo que aprendió cuando era niña ―si es que alguna vez ha dejado de serlo―, cuando se escondía en los armarios para escuchar lo que sucedía al otro de las puertas, e ir visualizando cada detalle que había más allá de los sonidos.

 ‘El Contrato’, es una lección magistral de sentimientos. Lamelas se mete en el compartimento de un tren, en el que regresa un matrimonio de emigrantes, y en pocas palabras te hace escuchar el traqueteo de la esperanza, «la risa por todo, el ir rescatando metro a metro a España», y te hace sentir el tacto de las maletas, «la vieja y la nueva, la de los regalos…».
 
 
En otra ocasión habla sobre una amiga del colegio, nadadora en las resacas de agosto del Sardinero, y después enclaustrada en septiembre, en un convento del valle de Loyola. Hasta allí viaja Lamelas, no sabemos si con la mente o con los pasos, para mostrar en una sola frase, otro compendio de belleza, inocencia, y ternura, que expresa casi como un sueño fugaz, cuando escribe que las novicias «ríen con una risa blanca, como si caminaran de vuelta hacia la infancia».

La galerna es otro tema multiplicado en sus artículos. Lamelas escribe que la galerna «es la Fiesta de Cantabria, como la de abril en Sevilla o San Fermín en Pamplona». Sus ojos bisoños debieron quedarse prendidos del mar furioso un día de novillos, «con los libros bajo la gabardina y el brillo de la resaca en la mirada», según escribe en El Diario Montañés, en febrero de 1965. Aquí habla de los jardines del Piquio, como tribuna excepcional para contemplar, al caer la tarde, «el gris de las pizarras de todas las galernas».

Sus artículos están muy llenos del mar, del mar que vivía frente a su casa familiar en Castelar, y ella aprovechaba cualquier noticia relacionada para volver a mirarlo desde Madrid. La ola del 12 de marzo, la otra ola que saltó la machina de Puerto de Chico, la que inundó el paseo Pereda, y aquellas otras que se «desangraban en blanco por los acantilados». Todas esas olas que llevaban las garras del Cabo Mayor servían para cumplir con esa dosis de actualidad requerida «por mínima y sesgada que fuera», como le solicitó Aquilino Morcillo, director del diario YA.

Luego ella se iba a ese otro lado, donde las cosas no hay más remedio que verlas con los ojos cerrados, y así escribe sobre «la protesta de los cristales y lo bien que suenan los miradores del muelle» con la galerna.

En otros artículos sigue arrimándose al recurso de las olas, pero de las infantiles de los días de playa, donde los cubos «hacen mil viajes entre la arena mojada y la arena seca, para traer una ola apaciguada».

Enamorada de los ritmos de la marea, se fija en la ría de San Vicente de la Barquera,  por la mañana y sin agua, y la describe como «una mujer despeinada, recién despierta y hermosa, por la que va entrando el agua hasta las huertas, y levanta lentamente, a pulso, las barcas que durmieron en seco». Dice que la iglesia de esta villa es «una barca más», por eso cuando está dentro y las puertas se abren ella escribe «se hacen a la mar mis ojos».

Pero Angelina, la viajera incansable, no se limita a Cantabria, y con frecuencia vuelve sus pasos a ese segundo reino de letras sentidas de Galicia, la patria de su padre, el famoso doctor Lamelas.

Y nos cuenta que el cielo de Galicia, «de tanto llover lo hace como ninguno», y también de esos acontecimientos, que a fuerza de ser pequeños, acaban siendo enormes, como ella misma diría. Gracias a su trabajo periodístico no quedó en el olvido la caída del milenario roble de Armea, cobijo de miles pájaros y promesas de amor, en un lugar donde escribe que el Sil «va con sus aguas de naranja de piedra en piedra».

Una flor, un color y un pequeño instante, son los elementos que utiliza en ‘Un rosa al valor’, la que dejó una francesa sobre la tumba del Cid en la catedral de Burgos.  «Una rosa de Francia ―escribe en el diario YA―. Una pequeña noticia, pero cargada de aroma. Ya no estará fresca, pero dos días son una larga vida para una flor».

Mención especial merece ‘Una caricia para un perro francés’, donde la autora nos hace sentir al cachorro, aún sin nombre, bajo la chaqueta, temblando por su propia pequeñez. Y luego cuenta esa breve película de imágenes de domingo, «cuando escuchan el chasquido de la cadena separarse de su collar (…) y correr tras esa presa que es aire, para volver enseguida, con la esperanza de que el dueño vaya con ellos a cualquier parte. Caminar juntos».

Angelina escribe esta exquisitez el día que vio a un perro francés asomarse a la actualidad. La autora describe la foto, en la que estaba abrazado por dos chicos de unos trece años, y coreado por otros dos más. Salvó con sus ladridos a 48 internos de un colegio de morir abrasados. Hay 43 detrás en la fotografía, y hay un niño que lo abraza más fuerte, y para transmitir mejor su emoción, tiene los ojos cerrados».

‘Lo que vivimos’, el libro que hoy se presenta, es todo un tratado de amor a los propias raíces, y es sobre todo, una enciclopedia de la ternura.

Por último… Quiero finalizar con un compendio de aprendizajes, para esta autora, que, como profesora, dedicó su vida a la enseñanza, y así  recordar este poema de Teresa de Calcuta:
 
Enseñarás a volar,
pero no volarán tu vuelo.
Enseñarás a soñar,
pero no soñarán tu sueño.
Enseñarás a vivir,
pero no vivirán tu vida.
 
Sin embargo…
en cada vuelo,
en cada vida,
en cada sueño,
quedará siempre la huella del camino enseñado
 
Publicado por El Mundo Cantabria (7/9/2013)



 

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